Comentario de Mila Berríos Palomino a propósito de la exposición "Paisajes y Flores", mayo 2025

DE PAISAJES Y FLORES Lo que ocurre bajo el cielo El binomio arte-naturaleza ha sido una constante a lo largo de la historia del arte, constituyendo no solo un eje central de prácticas artísticas, sino también un motor fundamental para el desarrollo de la teoría del arte. Esta relación, que se ha manifestado de diversas maneras en distintas épocas, sigue siendo una cuestión relevante a pesar de las transformaciones de los lenguajes artísticos. Desde la observación del color hacia la pintura, pasando por la escultura y extendiéndose a las intervenciones en el espacio, la presencia de la naturaleza ha sido un discurso cargado de significados como belleza, inmensidad y contraste. En este sentido, la pintura de jardines, flores y paisajes, especialmente en el Romanticismo, surgió como una reacción frente a los profundos cambios sociales, económicos y culturales derivados de la Revolución Industrial. Hoy, tras los avances tecnológicos y las transformaciones del arte en el siglo XXI, surge la pregunta ¿cuál es la relevancia de seguir observando y representando el paisaje y sus elementos? En un contexto contemporáneo marcado por la devastación medioambiental, la observación y exaltación del paisaje adquieren una nueva dimensión, la de responder a la necesidad de reconectar con la naturaleza, su fuerza y fragilidad, además de reflexionar sobre su transformación. En este sentido, las obras de Susana Pardo, nos invitan a reconsiderar la relación del arte con el entorno natural. Pardo, de manera similar a lo que ocurrió en el postimpresionismo, no se limita a la mera representación de lo que ve, sino que explora una visión subjetiva del mundo natural. Su obra presenta un paisaje interpretado a través de una mirada personal, un proceso activo de distorsión en que las estaciones y los elementos naturales se transfiguran. Sus pinturas se caracterizan por la reinterpretación de colores y formas, creando paisajes íntimos y personales donde flores, atardeceres, prados y montañas se modifican y se descomponen a través de una paleta de azules, amarillos y naranjas. Estas obras, donde el paso del tiempo se evidencia a través de diversas tonalidades del universo pictórico de su autora, se inscriben en una tradición: un acto de reflexión sobre el entorno y de persistencia en la pintura como medio, lo que cobra particular relevancia en un siglo marcado por los retos ecológicos y la urgencia de las conciencias conectadas con los entornos naturales.